Memorias de una ex reina del baile by Alix Kates Shulman

Memorias de una ex reina del baile by Alix Kates Shulman

autor:Alix Kates Shulman [Shulman, Alix Kates]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-24T00:00:00+00:00


—¿Sasha Davis?

—Sí.

Me quedé parada en la puerta de mi estrecha habitación, observando detenidamente a una chica alta y rubia que llevaba una americana escolar. Tenía el pelo corto en la nuca, como el de Juana de Arco, no como todas las demás chicas de Baxter, con sus suaves cortes estilo paje o tupo feather, como el mío.

—Te he visto en el comedor, pero no sabía tu nombre. Pensé que podría faltarte esto. —Dejé escapar un suspiro al ver que sus delicados dedos sujetaban el pequeño cuaderno negro en el que había volcado algunos de mis pensamientos más profundos. Aún no lo había echado en falta—. Parecía demasiado privado como para dejarlo en la oficina del decano, así que he buscado tu número de habitación. Soy Roxanne du Bois. Yo también escribo.

En la última frase bajó la voz y la mirada con tanta modestia que quise cogerle la mano. No podía haber leído mi cuaderno, porque si no sabría que, de hecho, yo no «escribía». Pero no se lo dije.

—Supongo que eso nos convierte en unas raritas —me reí, llena de gratitud—. Gracias. ¿Quieres pasar un rato?

Sonrió y entró en mi santuario, sentándose en mi cama deshecha. Fue una de las raras ocasiones en las que invitaba a alguien a mi habitación. Había elegido la Universidad de Baxter principalmente porque no conocía a nadie allí y quería que se mantuviera así. Pero esa chica alta y pálida de voz suave y manos delicadas parecía tan sola como yo, además de frágil.

—Voy a preparar café —ofrecí.

Mientras enchufaba la cafetera para calentar el agua, sentí cómo ella asimilaba mis paredes negras, mi Línea del Tiempo, mis cajas de libros y el tablero de anuncios en el que había puesto fotos mías en una cabaña, en distintos bailes de pareja, con mi familia y en nuestra casa de Baybury.

—Paredes negras. Qué gran idea —dijo—. Transmite muy bien la sensación de este lugar. Me sorprende que tu compañera de habitación te deje tener las paredes negras. La mía puso un horror floral en nuestra habitación, pero como lo paga todo ella, no me puedo quejar. Es mejor que ese verde prosaico al que nos mudamos.

—No tengo compañera de habitación —dije pasándole una taza de café instantáneo y sentándome a los pies de la cama—. Preferiría quedarme en casa que tener que renunciar a mi privacidad. —Tan pronto como salió de mi boca me arrepentí de haberlo dicho: Roxanne parecía tan frágil y distante.

—Yo no —contestó ella—. Tendría diez compañeras de habitación con mucho gusto si eso me alejara de Richmond (mi casa), Virginia —avergonzada, alcanzó el libro que había en la mesilla de noche—. ¿Te gusta Eliot? Me encanta Eliot —dijo—. Creo que habría preferido escribir Prufrock antes que cualquier otro poema en lengua inglesa. «¿Cómo podré empezar a escupir las colillas de mis días y mis formas?».

—«Debería haber sido un par de garras marchitas arañando el fondo de los mares silenciosos» —le contesté.

Pasó un ángel entre nosotras, una nota de descanso en un dueto suave, mientras sorbíamos nuestro café.



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